El debate sobre los refrescos en México se ha convertido en un símbolo de cómo las decisiones fiscales pueden transformar la salud de una nación. El gobierno mexicano planea reforzar los impuestos a estas bebidas con el argumento de reducir el consumo de azúcar y, con ello, los riesgos asociados a la obesidad y la diabetes. La medida, que vuelve a colocarse en la agenda desde agosto de 2025, busca generar un cambio cultural en un país que ocupa los primeros lugares mundiales en consumo de gaseosas.
Aunque estos impuestos existen desde 2014, los resultados han sido mixtos. Por un lado, estudios muestran que el consumo cayó hasta 10 por ciento en los primeros años. Por otro, la incidencia de enfermedades crónicas continúa en aumento. Este contraste revela que la política fiscal, por sí sola, no basta para modificar hábitos arraigados.
Impuestos a refrescos y cultura alimentaria
El nuevo planteamiento incluye elevar la tasa actual y destinar recursos a programas de educación nutricional. De igual manera, se contempla impulsar campañas que fortalezcan alternativas saludables en comunidades de bajos ingresos. En consecuencia, la medida no solo pretende desincentivar el consumo, sino también abrir la puerta a un cambio de estilo de vida en zonas donde la soda ha sido parte central de la dieta diaria.
En la frontera norte, este tipo de políticas resuenan con fuerza. Las familias mexicanas que cruzan hacia San Diego suelen comparar precios y opciones alimenticias en ambos lados, lo que genera un intercambio cultural en torno a la salud. Asimismo, expertos destacan que la estrategia podría inspirar medidas similares en comunidades hispanas de California, donde la obesidad infantil también representa un desafío creciente.
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