Los paisajes cotidianos en el extremo sur de California están cambiando. No se trata solo de nuevas patrullas o torres de vigilancia. Es una transformación más profunda: la frontera entre San Diego y Tijuana se está convirtiendo, en la práctica, en una militarized zone.
Este término, más común en contextos de guerra o tensiones internacionales, describe ahora lo que sucede a lo largo de cientos de millas en el sur de California. Desde agosto, se ha intensificado el despliegue de unidades militares, barreras físicas más agresivas y vigilancia aérea, bajo argumentos de “orden administrativo”. No se declaró emergencia, pero los hechos hablan por sí mismos: más de 2 mil efectivos federales adicionales, cámaras térmicas y drones en constante vuelo.
Estrategia de vigilancia refuerza tensiones binacionales sin declarar una emergencia
Las consecuencias no son solo visuales. Para las comunidades binacionales, especialmente la mexicana, esta situación redefine su día a día. Comerciantes que dependían del flujo peatonal rápido desde Tijuana, trabajadores transfronterizos y estudiantes han notado tiempos de espera más largos, retenes más estrictos y una sensación creciente de vigilancia total.
Además, organizaciones civiles denuncian un ambiente de “normalización del control”, donde la presencia militar se instala sin debate público. En palabras del abogado Pedro Ríos, activista fronterizo, “esto no es gestión migratoria, es disuasión visual”. Y esa imagen tiene impacto. En barrios como San Ysidro, la actividad comercial ha caído un 15% desde septiembre, según la Cámara de Comercio local.
La narrativa oficial insiste en que todo responde a picos de cruces irregulares. Sin embargo, mientras bajan las cifras de aprehensiones en octubre y noviembre, las fuerzas no se retiran. La infraestructura de control crece.
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